El Mesías que Renuncio al Cargo
Krishnamurti, una de las grandes luces espirituales de este siglo, no aceptó ser tratado como un Maestro ni como una autoridad, y renunció a aceptar otra acción que no fuera la transformación espiritual de cada persona, sin sujeción a tradiciones ni a cambios preestablecidos. Esta actitud marca, tal vez, su sello más característico.
Al sumergirnos en su vida, surge la tentación de pensar que este rechazo a la autoridad y a los caminos establecidos está determinado por su propia historia personal. Pero ¿Quién se atreverá a asegurar que sea así, y no la verdadera condición para un crecimiento espiritual real?.
Krishnamurti pudo haber tenido la vida normal de un joven indio de familia pobre, pero el “azar” lo puso en el camino de la sociedad Teosófica, la que declaró al mundo que él era el mesías esperado para esta nueva era. Sin embargo, luego de algunos años de cumplir con tal “investimiento”, vive un proceso de despertar espiritual que lo lleva a desvincularse de la institucionalidad Teosófica.
Inició así un nuevo camino que lo llevó a un liderazgo espiritual de proyección mundial, libre de cualquier atadura, y con la convicción de que el camino espiritual es también la vía hacia la libertad.
¿Qué pensar de un joven que a sus 18 años decide comenzar a escribir su autobiografía, y llamarla Cincuenta años de mi vida, argumentando que 32 años después será, sin duda, alguien digno para publicarla?. Pues eso hizo Krishnamurti en 1913.
El plazo de 50 años se cumplía en 1945, coincidiendo llamativamente con el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué circunstancias habían marcado la vida de este joven indio para que su proyecto literario no se tratara sólo de un simple acto de megalomanía juvenil? Recorramos sus primeros años de vida para intentar encontrar una respuesta.
Fue descubierto en 1909, cuando aún era un adolescente, por Charles Webster Leadbeater en las playas privadas del centro de la Sociedad Teosófica de Adyar en Madrás, India. Posteriormente fue adoptado y criado bajo la tutela de Annie Besant y C.W. Leadbeater dentro de la Sociedad Teosófica, quienes vieron en él a un posible Líder Espiritual. Sin embargo, rehusó a ser el Mesías de un nuevo credo, hasta que en 1929 disolvió la orden creada para ese fin.
El nombre del dios pastor
Un 12 de mayo de 1895 nace Jiddu Krishnamurti, en Madanpalle, al sur de la India. Su condición de octavo hijo, tal como lo fue Krishna, el dios pastor, sustenta su nombre. Su padre –Jiddu Naraniah– un funcionario público de jerarquía menor, develó su vocación de espiritual al incorporarse en 1882 a la Sociedad Teosófica. Su madre –Sanjeevamma– era considerada psíquica, y aseguraba que experimentaba visiones y veía los colores del aura en las personas. Ella se entregó con gran dedicación a su hijo –marcado por una débil salud, y con frecuentes ataques de malaria–; Pasaba tardes enteras leyéndole escrituras sagradas hindúes, y hablándole de Krishna, del Karma y de la reencarnación. En algunas ocasiones, ella aseguraba que veía en el jardín a una hija que había muerto, y le preguntaba si él la veía.
Quizá esta relación cotidiana con el más allá ayudó a este muchacho a enfrentar el terrible dolor que le produjo la muerte de su madre, poco después de haber cumplido diez años, en 1905.
En el colegio, Krishnamurti desarrollo una falta de interés en los estudios y una actitud de permanente “mirar las nubes”, que lleva a sus profesores a pensar que tenía un retardo mental. Poco después, la familia debió enfrentar la jubilación del padre, quien quedó con una pensión que no alcanzaba para mantener a sus hijos. En ese momento, como un llamado del destino, decidió solicitar trabajo en una sede de la Sociedad Teosófica, ubicada en Adyar. Annie Besant, cabeza de la entidad, accedió ante su incansable insistencia.
La Sociedad había sido fundada por madame Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), una rusa que vivió en el Tíbet, en contacto con los Maestros de la Hermandad Oculta. Tras conocer más tarde al coronel Henry Steel Olcott, un investigador psíquico de los EE.UU., fundan esta organización y le definen la misión de estudiar la antigua sabiduría y la exploración de los misterios de la naturaleza y los poderes latentes del hombre.
El momento de aparición de la Sociedad coincide con un periodo en el que había adquirido gran fuerza, en círculos vinculados con las tradiciones esotéricas, el planteamiento de la venida de un nuevo mesías o instructor del mundo. Mme. Blavatsky postuló entonces para la Sociedad el propósito de preparar su advenimiento.
En 1907, después de la muerte del coronel Olcott, Annie Besant se convirtió en la presidenta de la Sociedad. Su decisión de reincorporar a un cargo de responsabilidad a Charles Webster Leadbeater (1847-1934), un ex clérigo anglicano con reputados poderes de clarividencia, resultaría trascendente para la vida de Krishnamurti.
Charles Webster Leadbeater
El mismo declarará después que “llevaba la existencia usual de un joven indio corriente, hasta que llegué a Adyar en 1908”. Mientras su padre trabajaba para la Sociedad, él asistía a un colegio distante, y por las tardes jugaba con sus hermanos junto a un río, cerca de la sede.
Allí, Leadbeater lo “descubrió”, y comenzó a sostener que el joven tenía un “aura singular que no contenía egoísmo alguno”, entre otros atributos, declarando que sería un gran maestro espiritual y un excelente orador. Bajo este precepto solicitó al padre de Krishnamurti que accediera a que le muchacho y su hermano menor, Nitya, dejaran de asistir al colegio para ser instruidos por él.
Leadbeater aseguró también que las encarnaciones anteriores del muchacho revelan una “ordenación luminosa en sus vidas pasadas, de la que se desprendía que había sido discípulo del Buda”.
Mrs. Besant se hizo eco en plenitud de las convicciones de Leadbeater, y fue aún más allá, asegurando que el Instructor del Mundo, el Bodhisattva Maitreya, se iba a manifestar a través del cuerpo de Krishnamurti.
Con el respaldo de Mrs. Besant, Leadbeater logró sacar a los hermanos de la casa paterna, y llevarlos a vivir en la elegante sede de la Sociedad Teosófica. Inmediatamente comenzaron a construir un muro protector alrededor del joven futuro mesías, para cuidarlo e instruirlo. Así fue integrándose a las practicas espirituales que allí se realizaban, y muy pronto otorgó a Mrs. Besant el título de madre.
Sin embargo, comenzó a surgir una fuerte critica que atribuía a la Sociedad “hacer negocio del mesías”. Para comprender esto se debe tener en cuenta que el financiamiento de la Sociedad dependía de aportes y donaciones de sus miembros y simpatizantes, reclutados muchas veces en círculos de la alta sociedad de países europeos y de Norteamérica, con los que se sostenían las actividades y compraban propiedades para el desarrollo de la misión institucional. Junto a estos rumores, muchos de sus propios miembros también se rebelaron ante la adoración que se había comenzado a rendir al pequeño hindú. Por si no bastara, había surgido un fuerte rumor que atribuía inclinaciones homosexuales a Leadbeater.
Cuando en 1911 Mrs. Besant decide llevar por primera vez a Krishnamurti a Inglaterra, su padre, receloso de los rumores, entabló un juicio para recuperar a sus hijos, el que finalmente perdió. Así, en medio de este poco edificante clima espiritual, el futuro mesías inició su peregrinaje por el gran mundo.
El mesías en sociedad
Quizá no estaba en los planes de nadie que este primer viaje se convirtiera en una estadía de diez años, prolongándose hasta 1921.
Podemos imaginar a este joven muchacho indio, consignado como el nuevo mesías, deambulando como huésped en las casas de adherentes y socios ricos de la Sociedad Teosófica. Lejos de su tierra, su familia y sus costumbres, enfrentado a la deslumbrante realidad del imperio británico. Asistía a las galas de sociedad, al teatro, y era el centro de la atención. A poco andar comenzó a comprar ropas caras, desarrolló gusto por los autos, y parecía haber olvidado completamente su destino espiritual.
Se consigna que cuando le preguntaron en una velada como sobrellevaba su misión de ser la encarnación de la deidad, él habría contestado riendo: “Yo diría que es una dura carga; lo que más me preocupa en estos momentos es quién va a ganar Wimbledon”.
En definitiva, el devoto meditador y visionario de Adyar mostraba una actitud irónica bordeando en lo cínico, lejos de la elevación espiritual que se habría esperado de su rol.
Pero nadie conoce los caminos del destino, porque en 1922 le deparaba un gran vuelco. Ese año viaja junto a su hermano Nitya a Estados Unidos, hasta una propiedad de la organización ubicada cerca de Santa Bárbara, California. Allí “Krishnamurti iba a sumergirse en el intenso despertar espiritual que cambió el curso de su vida”.
Este despertar espiritual es presenciado y testimoniado por Nitya, quien describe que su hermano padecía fuertes dolores, se desmayaba, llamaba en lengua nativa a su madre, pedía que lo llevaran al bosque de la India y hablaba de la presencia de seres poderosos. Nitya afirma que era evidente un vaciado de la conciencia de Krishnamurti, junto a momentos en que sentía una gran presencia.
“El 17 de agosto sentí un dolor agudo en la base de la nuca y tuve que reducir mi meditación a quince minutos. El dolor, en vez de mejorar como había esperado, empeoró. El clímax fue alcanzado el día 19. Yo no podía pensar, no era capaz de hacer nada, y mis amigos me obligaron a permanecer en cama. Luego quedé casi inconsciente, aunque me daba cuenta muy bien de lo que sucedía a mi alrededor. Volvía en mí diariamente cerca del mediodía. Ese primer día, mientras estaba en tal estado y más consciente de las cosas que me rodeaban, tuve la primera y más extraordinaria experiencia. Había un hombre reparando la carretera; ese hombre era yo mismo, yo era el pico que él sostenía, la piedra misma que él estaba rompiendo era parte de mí, la tierna hoja de hierba era mi propio ser y el árbol junto al hombre era yo. Casi podía sentir y pensar como el hombre que reparaba la carretera, podía sentir el viento pasando a través del árbol, y la pequeña hormiga sobre la hojita de pasto. Los pájaros, el polvo, y el mismo ruido eran parte de mí. Justo en ese momento pasaba un auto a cierta distancia; yo era el conductor, la maquina y las llantas. Conforme el auto se alejaba, yo también me alejaba de mí mismo. Yo estaba en todas las cosas o, más bien, todas las cosas estaban en mí, las inanimadas como las animadas, las montañas, el gusano y toda cosa viviente”, describirá Krishnamurti más tarde.
Hacia el fin de sus terribles dolores, sostiene haber tenido visiones del Buda, de Maitreya y de otros maestros de la jerarquía oculta, según aseguraba Nitya en una carta a Annie Besant.
“El proceso de Krishna ha dado ahora un definitivo paso adelante. La otra noche (…) todos sentimos un gran embate de poder en la casa, (…) Krishna vio al Señor y al Maestro; pienso que también vio la Estrella brillando afuera esa noche, porque todos nosotros experimentamos una intensa sensación de reverente temor (…). Después Krishnamurti me dijo que la corriente comenzó como de costumbre en la base de su espina dorsal y alcanzó la base posterior de su cuello, luego una parte pasó al lado izquierdo y la otra al lado derecho de la cabeza, y por fin se encontraron ambas en la frente; Cuando se encontraron, desde su frente surgió una llama. Ese es el desnudo resumen de lo que ocurrió; ninguno de nosotros sabe lo que ello significa, pero el poder era tan inmenso esa noche, que parece señalar una etapa definitiva. Presumo que debe significar la apertura del tercer ojo.”
Como futuro instructor del mundo mantenía una agenda de viajes a diferentes países, particularmente vinculada con convenciones de la Sociedad Teosófica. En estas actividades, se hacía acompañar por su hermano. Sin embargo, el destino no quería darle paz; el 13 de noviembre de 1925, en medio de una tempestad, sobrevino la muerte de Nitya.
Krishnamurti quedó destrozado; sollozaba, gemía y lloraba a gritos por su hermano. Con su madre muerta, exiliado de su padre y demás hermanos a quienes no había vuelto a ver, su pequeño Nitya había sido su única familia y su querido compañero.
Pero no era sólo esa la fuente de su desesperación. También había puesto la vida de su hermano en manos de los grandes maestros espirituales Maitreya y el Buda, ante quienes consideraba tener acceso directo a través de prácticas esotéricas junto a Mrs. Besant y Mr. Leadbeater. Más aún, ellos mismos, que también afirmaban tener acceso a esos planos del espíritu, habían asignado a Nitya a un papel de acompañante en el trayecto del futuro mesías.
Todo esto hace desmoronar como un castillo de naipes sus creencias de acceso a las predicciones de sucesos futuros, y sobre el propio destino mesiánico que le había asignado la Sociedad Teosófica. Su fe en los maestros y en la jerarquía oculta experimenta en ese momento una revolución total.
La ruptura con la Sociedad Teosófica
A partir de ese momento, Krishnamurti inició un proceso de distanciamiento con la Sociedad, expresado en una actitud de independencia frente a sus jerarquías, y la adopción de un discurso y un mensaje más centrados en sí mismo.
En las convenciones, aunque Annie Besant estuviera presente, tomaba la iniciativa en las pláticas entregando su nueva comprensión. Comenzó entonces, imperceptiblemente, a expresar una desbordante alegría, y un sentimiento de unidad con el universo. Su nueva actitud molestó a la jerarquía de la Sociedad, la que comenzó a difundir que no era el Señor Maitreya quien estaba hablando a través de Krishnamurti, sino espíritus malignos.
Para sus más cercanos, se estaba manifestando un proceso de larga gestación, a través del cual su mente había ido dejando caer las capas superficiales que había aceptado del ritual y la jerarquía Teosófica, para emerger libre, anclada en un desarrollo y una experiencia espiritual propia.
Refiriéndose años más tarde a la meditación que realizaba con la jerarquía de la Sociedad, Krishnamurti señalo que “la hacía porque me habían dicho que la hiciera. Formaba parte de la creencia Teosófica, pero para mí no significaba nada. Todo eso lo hacía automáticamente”.
En una convención realizada el Ommen, el 1927, comenzó a hablar en un lenguaje por completo opuesto a las enseñanzas Teosófica: “Por muchas vidas y por toda esta vida, especialmente en los últimos meses, he luchado para liberarme de mis amigos, de mis libros, de todos mis vínculos. Deben ustedes luchar por la misma libertad. En lo interno tiene que haber un constante torbellino.”
Una enorme asamblea de más de tres mil personas lo oyeron hablar sobre la necesidad de abandonar todas las fuentes de autoridad, y en particular aquella que lo signaba como el Instructor de Mundo. Por el contrario, señalaba, cada cual debe vivir sólo de su propia luz interior.
“Deseo que aquellos que buscan comprenderme sean libres, que no me sigan, que no hagan de mí una jaula que se tornará en una religión, una secta. Más bien deberían librarse de todos los temores; del temor a la religión, del temor de la salvación, del temor de la espiritualidad, del temor del amor, del temor de la muerte, del temor de la vida misma…”
“…Ustedes están acostumbrados a la autoridad, o a la atmósfera de autoridad que piensan va a conducirlos a la espiritualidad. Creen y esperan que otro, por sus extraordinarios poderes –por un milagro–podrá transportarlos a ese reino de libertad eterna que es la felicidad…”
“…Me han estado escuchando durante años sin que ningún cambio se operara en ustedes, salvo en algunos pocos. Ahora analicen lo que estoy diciendo, sean críticos para que puedan alcanzar una comprensión profunda, fundamental. Cuando buscan una autoridad que los conduzca a la espiritualidad, se obligan ustedes automáticamente a crear una organización alrededor de esa autoridad. Por la creación misma de la organización,… quedan atrapados en una jaula…”
Todo ello trajo consigo una verdadera revolución en la organización de la Sociedad Teosófica; se liquidaron los diversos fideicomisos y los fondos, las grandes propiedades y terrenos volvieron a sus donadores originales, y se estableció una pequeña oficina para emprender la publicación de sus prácticas. Comenzó entonces a ser considerado un filósofo hostil a todas las creencias religiosas. Krishnamurti renuncio a la Sociedad Teosófica en 1930.
Muy poco después, el 20 de septiembre de 1933, moría Annie Besant, madre de su destino como Instructor del Mundo.
El retiro del mundo
La propiedad cerca de Santa Bárbara, California, en la localidad de Ojai, se convirtió en hogar permanente y centro de prácticas. Aunque entre 1933 y 1939 viajó varias veces a la India para ofrecer ante masivos auditorios, el mundo y los medios de prensa habían perdido interés en este “Instructor del Mundo”.
La Segunda Guerra Mundial lo encontró en Ojai, donde vivió durante casi ocho años en un relativo aislamiento. Como extranjero, se le prohibió ofrecer conferencias, y debía presentarse regularmente ante la policía.
No obstante, su calidad espiritual motivaba permanentemente la presencia de ilustres visitantes. Aldous Huxley, quien se había establecido en California y estaba perdiendo la vista, solía pasear con él durante largas horas. También realizaba paseos y picnics con un grupo de amigos que integraban, entre otros Greta Garbo, Charlie Chaplin y Bertrand Russell.
Rememorando su relación con Huxley y Gerald Heard, Krishnamurti diría después: “Yo era terriblemente tímido, y ellos eran tan intelectuales. Yo los escuchaba, intercalando uno o dos comentarios.”
En 1945, al final de la guerra, cayó muy enfermo. Padecía dificultades urinarias, tenía fiebre alta y permanecía inconsciente durante largos periodos. Los médicos lo examinaron, pero parecían incapaces de diagnosticar su enfermedad, y no pudieron prescribirle medicina alguna. La salud le retornó luego sin razón explicable para los médicos, aunque él atribuyó a su propio ejercitamiento espiritual.
Maestro en una India independiente
El 15 de agosto de 1947, la India se declaró independiente, tras una larga lucha de carácter no violento, que había sido conducida, desde los primeros años del siglo XX, por Mahatma Gandhi. La llegada de Krishnamurti a su tierra natal, dos meses después de la independencia, no pudo haberse dado en un momento más propicio.
Muchos jóvenes, hombres y mujeres, se reunieron en torno de él en Bombay. Algunos habían participado en la lucha por la libertad, eran héroes políticos, pero estaban llenos de horror por los acontecimientos que siguieron a la división India. Uno de esos jóvenes era Achyut, quien estuvo muy cerca de Gandhi, a quien fue a visitar a fines de 1947 para decirle que por unos cuantos meses iba a dejar la política porque iba a pasar un tiempo con Krishnamurti. Gandhi se mostró muy feliz, y le confesó que tras los terribles acontecimientos ocasionados por la partición India, estaba pasando por una gran oscuridad, y que no vislumbraba ninguna luz.
Krishnamurti recibía a la gente que se acercaba a él y escuchaba sus preguntas. Su postura de negación de la autoridad espiritual o gurú como centro de conductor de la búsqueda religiosa y como intermediario entre el buscador de la verdad y la realidad misma, lanzaba toda la responsabilidad sobre el propio buscador. Solía decirles a quienes lo visitaban: “Lo real está cerca, uno no tiene que buscarlo. La verdad está en ‘lo que es’ y esa es su belleza.”
No prometía tampoco éxtasis o explosiones de luz, ni visiones, ni poderes extrasensoriales para sustentar una búsqueda, sino más bien los desalentaba. Contaba que cuando era niño él tenía muchos poderes extrasensorios –la capacidad de leer el pensamiento o lo que estaba escrito en una carta sin abrir–, y que también podía materializar objetos, tener visiones, predecir el futuro e, incluso, el don de curar. Pero argumentaba que todos esos fenómenos debían observarse y desecharse a medida que iban surgiendo. Sólo el despertar de una percepción viviente; ver y escuchar lo real tal como se revelaba en los pensamientos y sentimientos que eran el verdadero contenido de la mente.
Muchas personas acudían a él en busca de curación física, pero Krishnamurti les decía: “En un tiempo practicaba curaciones; pero descubrí que es mucho más importante curar la mente, el estado interno del ser. Concentrase en la cura física puede contribuir a la popularidad, a arrastrar grandes multitudes, pero no conduce al hombre a la felicidad”.
También le decía a sus seguidores que habían abrazado la causa de la independencia de la India, que la acción política y social jamás podría cambiar al mundo en sus raíces, y que el individuo mismo era quien debía transformarse radicalmente. “Los sistemas nunca podrán transformar al hombre, es el hombre que transforma siempre al sistema”, decía.
Una vez un joven le preguntó qué entendía por “pensar creativo”, frente a lo cual se levantó de un salto, se sentó junto a él e inclinándose hacia delante le preguntó: ” ¿Quiere usted investigarlo, señor, y ver si puede experimentar el estado de pensar creativo ahora?” A partir de esta experiencia, a las conversaciones comenzó a añadir un trabajo práctico transformador.
Junto a estas conversaciones con sus seguidores, Krishnamurti comenzó a ser invitado y escuchado por grandes líderes políticos.
En tanto la independencia fue liderada por Gandhi, no resulta extraño que las autoridades que asumieron el gobierno de la India independiente tuvieran gran interés por lo espiritual. Jawaharlal Nehru, como primer ministro de la India, se reunía con él para intercambiar ideas sobre el destino de su país.
Más estrecha aún fue la relación con Indira Gandhi. La profundidad espiritual de esta dirigenta política de la India queda muy bien expresada en una de sus cartas, donde pregunta: ” ¿Ha llegado el mundo a un punto muerto? Más y más gente se está dando cuenta de lo que anda mal y de lo que podría hacerse. Sin embargo, la corriente nos arrastra en la dirección opuesta. Un puñado de personas tiene el poder de influir sobre la vida de millones que habitan esta tierra. Los pocos están demasiado envueltos en sí mismos y en lo que ellos consideran que son sus intereses inmediatos en términos de tiempo y lugar, y los muchos que desean ser empujados y mantenidos en la ilusión de que son libres y que conducen sus propias vidas. El mundo necesita de ese espíritu de compasión suyo, todos tendrían que mirar dentro de sí mismos y poseer el coraje de actuar en consecuencia”.
Los acontecimientos políticos acercaban a Indira al año de su destino “Si de cualquier manera, ‘de cualquier manera’ ello pudiera servirle de ayuda, iré a Delhi”, le escribió Krishnamurti, quien la vería por última vez en una visita que le hizo la noche del 13 de febrero de 1984. Pupul Jayakar, su amiga, discípula y biógrafa, cuenta que para el 3 de noviembre de 1984, Indira tenía programado almorzar en su casa con Krishnamurti y el Dalai Lama, quienes iban a ofrecer una plática pública juntos el 4 de noviembre. Pero la cena nunca se realizó. Ella fue asesinada el 31 de octubre de 1984.
“Krishnaji se sentó durante todo el día en mi sala de estar contemplando el jardín; estuvo observando los arboles y los pájaros, casi no habló y comió muy poco. A las cuatro de la tarde él había percibido la presencia de Indira, e hizo un comentario sobre la necesidad de silencio dentro de la mente para permitir que ella estuviera en paz. Yo pude ver que se sentía profundamente conmovido. Tarde en la noche siguiente, me dijo: no conserve recuerdos de Indira en la mente, eso la retiene en la tierra. Déjela irse. Su mano hizo un gesto hacia el espacio y la eternidad”, testimonia Pupul Jayakar.
Final del viaje
En esa época también volvieron para Krishnamurti sus padecimientos físicos, Jayakar relata, luego de una visita que realizaran a Nehru:
“Cuando llegamos a la casa fue a su habitación, y nos pidió a Nandini y a mí que entráramos. Cerró la puerta y después nos dijo que, cualquier cosa que ocurriera, no nos asustáramos, y que de ningún modo llamáramos a un medico. Nos pidió a ambas que nos sentáramos tranquilamente y que lo vigiláramos. No tenía que haber temor. No debíamos hablarle ni reanimarlo, pero sí cerrarle la boca si se desmayaba. Bajo ninguna circunstancia debíamos dejar el cuerpo solo.
Krishnamurti parecía sufrir muchísimo. Se quejaba de un severo dolor de muelas y de un intenso dolor en la nuca, en la coronilla y en la espina dorsal.
En medio de sus padecimientos decía: “Están limpiando mi cerebro completamente, lo están vaciando”. Otras veces se quejaba de un gran calor, y su cuerpo transpiraba profusamente. La intensidad del dolor variaba según el área donde se concentraba. A veces se localizaba en la cabeza, en los dientes, en la nuca o en la columna vertebral. En otras oportunidades, él gemía y se agarraba el estomago. Nada aliviaba el dolor; este venía y se iba a voluntad. Cuando el proceso operaba, el cuerpo que yacía en la cama era como una máscara; sólo parecía hallarse presente una conciencia del cuerpo. En este estado la voz era débil como la de un niño.
Súbitamente el cuerpo fue ocupado por una elevada presencia. Krishnaji se incorporo, sentándose con las piernas cruzadas y los ojos cerrados; el frágil cuerpo parecía crecer y llenar la habitación; había un silencio palpable, palpitante, y una fuerza inmensa se derramaba en el lugar y nos envolvía. En este estado, la voz tenía un gran volumen y profundidad”.
A pesar de estos padecimientos, que vinculaban el dolor físico con el crecimiento espiritual, Krishnamurti no cesó nunca sus actividades de difusión de su enseñanza, ni transformó su mensaje, que postulaba el crecimiento espiritual basado en el conocimiento que emana del interior de cada ser humano y no de creencias y dogmas externos.
Si bien ya nunca más tuvo la plataforma de sus primeros tiempos a través de la Sociedad Teosófica, y muy atrás había quedado la época en que fue presentado como el nuevo mesías, había adquirido por sí mismo una celebridad e importancia de primer nivel.
En sus numerosas actividades como expositor solía recibir invitaciones oficiales de distintos países. En plena actividad, cumplió sus 90 años, viajando y dando conferencias. Pero la muerte ya estaba cerca.
En enero de 1986 dictó sus últimas charlas en la India, y se despidió de sus discípulos. El 10 de enero quiso volver a pasear por la playa de Adyar, donde 75 años atrás había sido “descubierto” como Instructor del Mundo.
Después de todos estos rituales de despedida regreso a Ojai, y poco más de un mes después, el 17 de febrero de 1986, abrazo la muerte, afectado por un cáncer al páncreas.
Sus cenizas fueron llevadas a Delhi.
En 1980, Krishnamurti le había dicho a Pupul Jayakar que cuando dejara de hablar, su cuerpo moriría.
“El cuerpo tiene un solo propósito –le dijo–, revelar la enseñanza.”
Fuente http://www.oshogulaab.com/JIDDU/TEXTOS/JIDDU-biog.html